Este domingo 27 de mayo estuve firmando ejemplares de El silencio entre las palabras en la caseta 286 de Baile del Sol, en la Feria del Libro de Madrid.
¿Qué decir? Pues que estaba más nervioso de lo que creía. Conocí a mi editora Ángeles, que me pareció un encanto, y si bien al comienzo nuestras respectias timideces nos mantuvieron a prudente distancia, a medida que pasaron los minutos, cogimos confianza y la tarde transcurrió en un cálido y afectuoso ambiente.
Acudieron muchos amigos, familiares, compañeros, gente a la que no conocía... Charlamos un montón, di muchos besos, extreché muchas manos y firmé muchos libros. Los de Baile de Sol tenían preparado un montante de ejemplares y casi se acaban.
La frase del día la dijo Ángeles y da una perfecta idea del clima tan extraordinario de la tarde, cuando afirmó: "¡Con qué cariño te tratan todos los que vienen!". Es resumen de una tarde maravillosa en la que tuve el privilegio de compartir mi obra con los lectores.
Atrás quedaron las horas luchando contra las palabras que no quieren anudarse con las palabras vecinas, los momentos de soledad y sudor bajo la luz de la lámpara, con la pluma garabateando oraciones en la hoja en blanco; atrás quedaron las desilusiones de las cartas de rechazo editorial, de los fallos de los certámenes que no me mencionaron; las relecturas que te sugieren que te has equivocado y que mejor te dedicas a otra tarea porque una cosa es la sensación que le queda al escritor nada más escribir un texto y otra la sensación que le produce volver a leerlo al día siguiente. Y todo queda absolutamente olvidado en cuanto una persona, con una sonrisa en los labios, toma mi libro y veo como sus ojos recorren su portada, leen la sinopsis, me mira y me dice: "¿Me lo dedica, por favor?" Desde ese momento, escritor y lector se unen por medio de un pequeño artilugio hecho de papel encuadernado y tatuado con miles de letras, un artefacto que transmite las aventuras que alguien creo y que alguien recrea, un pequeño objeto cargado con "el infinito renacer", que decía Octavio Paz.
En ciertos momentos escuché o leí, no recuerdo bien, que el escritor debía escribir para él y por el goce de escribir, que lo de publicar es secundario. Ahora pienso que eso lo decían en los talleres literarios para no desanimar a los candidatos a escritor, pero que no es la verdad del escritor, para quien el acto sublime no es cuando pones la palabra fin en una novela sino cuando el futuro lector se marcha con tu obra en una bolsa de papel, lleno de la ilusión que supone iniciar la aventura de leer que ese escritor le propone.
Desde que ese momento se produce, por lo tanto, me siento plenamente escritor. Ahora sí que sí. No hay razones excluyentes, no hay excusas. Mi libro está en las estanterías de otros que lo compraron y lo leyeron y que encontraron en él mayor o menor fortuna, mayor o menor deleite. Ahora ya formo parte de esa comunidad que es la de los escritores, los novelistas, los creadores.
Y es una senación realmente maravillosa.
